Esta soy yo, Elba Betancor Rivero, mirando una foto de las mujeres Waorani en una exposición en la Casa de Colón, Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad que me vio nacer hace casi 42 años.
Estudié Antropología porque siempre me he sentido así, espectadora del mundo. Me crie en Maspalomas, un sitio turístico. Me extrañaba de los visitantes que, a su vez, se extrañaban de mí. Los sentía diferentes, otros, lejanos. Tan blancos, con cosas que no conocía, con nombres y costumbres diferentes, quemados por el sol implacable de mi isla, hablando sin entender pero, en ocasiones, entendiendo. ¿Qué hará esta gente tan rara en su país?, ¿de qué trabajan?. Así fue mi infancia, en un micromundo que percibía como estático dentro de un mundo más grande. Un núcleo de familia, amigos, colegio y playa dentro de un macromundo dinámico de turismo, construcción, economía.
A la vez que me hacía mayor, mi micromundo se hizo más poroso. Ya no eran espacios separados, ahora compartía algunos con esas personas. Y, sin apenas darme cuenta, pasaba de nativa a extranjera. Todo depende de quién, cuándo y dónde te mire. Pero las miradas se devuelven..
En mis lecturas y mis viajes la extrañeza se apoderaba de mi. ¿Por qué se excluyen a los aborígenes australianos?, ¿quiénes fueron los Mayas?, ¿por qué se perdonaron los crímenes de la dictadura?. Mirar un globo terráqueo y pensar “¿qué hace la gente en esos lugares de los que nunca he oído hablar?”.
TENGO QUE SABER, TENGO QUE DEDICARME A ESTO.
A medida que avanzaban mis estudios, me fui inclinando por unos temas y por unos autores.
En líneas generales, mi orientación es hacia los estudios de América, Pueblos Indígenas, Patrimonio, Memoria Histórica y Género.
He realizado varias investigaciones pero nunca de manera “profesional”. La primera, fue un análisis crítico del tratamiento de los restos óseos humanos como “bien mueble” por la Ley del Patrimonio Histórico de Canarias y su exhibición en museos tratando el debate ético que supone la disposición de este tipo de patrimonio de manera que podría considerarse no ética, ideológica, comercial o estética dentro de un marco legal que lo permite.
La segunda fue para el TFG. Mi primer intento de TFG trataba las religiones afrocubanas en relación con la religiosidad popular canaria, históricamente relacionada con la brujería. Me acercaba las reelaboraciones y transculturación de la Regla Osha en Gran Canaria y su ensamblaje con la religión católica bajo la hipótesis de una lógica histórica similar como marco para explicar la permeabilidad o aceptación de la Santería en las Islas Canarias. Para dar respuesta quería realizar un estudio comparativo, de convergencias y divergencias, entre la Santería en Cuba, donde es Patrimonio Nacional, y Gran Canaria, donde se relega al ámbito íntimo y privado. En diciembre, cuando ya tenía avanzado el TFG, en el Coloquio de Historia Canarioamericana, la antropóloga Grecy Pérez se presenta con: “La Santería genera rechazo en la sociedad canaria porque se le asocia con brujería y satanismo”.
Le remito el enlace del evento a mi tutor del TFG, Julián López, quien no salía de su asombro con las similitudes del estudio. Decidimos cambiar de tema porque iba a ser difícil trabajar evitando un plagio que no era tal. Finalmente, mi “accidentado” TFG se basó en un acercamiento a las mujeres de la etnia sindhi de Gran Canaria. A través del análisis del contexto histórico y en el marco de la diáspora sindhi elaboré una descripción de su proceso migratorio y las condiciones de su asentamiento e integración. Bajo el marco teórico de Antropología y migraciones, y transnacionalismo y género como perspectiva analítica. La conclusión alcanzada fue que, para las mujeres sindhi de Gran Canaria, independientemente del lugar de nacimiento, la etnicidad constituye una base para la construcción de su identidad cultural pero no conforma la totalidad de su identidad la cual es atravesada por diferentes construcciones y reconstrucciones. Ellas son producto de su propia historia, de sus realidades.