La escritura etnográfica: un puente entre Tolkien y Lévi-Strauss

La escritura etnográfica: un puente entre Tolkien y Lévi-Strauss

Siendo adolescente la obra de J. R. R. Tolkien se cruzó en mi camino. Aun recuerdo como mis amigos debatían con pasión acerca de hobbits, elfos, enanos y demás habitantes de la Tierra Media mientras yo escuchaba con curiosidad. Las aventuras de Frodo y la Comunidad del Anillo se convertirían en un elemento central para nosotros, más si cabe tras el estreno de las películas de Peter Jackson.

En algún momento intermedio en estos acontecimientos decidí que yo también leería “El Señor de los Anillos”. Lo intenté, sí. Quizás más de dos veces. Sin embargo, el estilo narrativo de Tolkien me abrumó -¿o debería decir me aburrió?- y no creo haber completado, ni siquiera, el viaje desde La Comarca hasta Rivendel. En una hipotética lista de libros abandonados y jamás recuperados, “El Señor de los Anillos” tendría, sin ninguna duda, una posición más que privilegiada

Paralelismos entre Tolkien y Lévi-Strauss

A priori no es más que un esfuerzo en vano, ¿qué resonancias o comparaciones posibles puede haber entre un escritor de fantasía y un antropólogo, ambos entre los más reconocidos en su campo? Y sin embargo, mientras la lectura de “Tristes Trópicos” (Lévi-Strauss, 2012) no hacía más que devolver a mi mente aquellas interminables descripciones del paisaje de la Tierra Media.

Tanto de Tolkien como de Lévi-Strauss se podría decir que, en cierto modo, son maestros del lenguaje descriptivo. En sus descripciones del entorno natural, sobretodo, pero también en algunos encuentros sociales, es posible encontrar convergencias o paralelismos en sus estilos de escritura. En ambos, el lector debe afrontar con frecuencia largas descripciones con una abundante presencia de detalles, profusión de epítetos y comparaciones constantes. El ritmo de la acción, las más de las veces, parece ralentizarse: nada sucede a nuestro alrededor mientras los autores nos invitan a observar con sus ojos el mundo que nos rodea.

Veamos, por ejemplo, la descripción que hace Tolkien de las tierras de Ithilien, por donde transitan Frodo, Sam y Gollum en su viaje hacia Mordor:

En el crepúsculo suave y verde, sin el viento, los viajeros avanzaban por una senda que se deslizaba entre colinas bajas. A ambos lados, las laderas se alzaban, cubiertas de retamas y de espinos. Los árboles crecían altos y rectos, sus troncos pardos y lisos se perdían en lo alto, mientras que, abajo, las ramas se abrían en amplias coronas de verde oscuro. En algunos lugares, la senda serpenteaba cerca de claros, donde helechos altos y tupidos cubrían la tierra y las flores silvestres pintaban el suelo de blanco, amarillo y azul pálido. Maravilloso era Ithilien, la tierra de Gondor olvidada por el tiempo, y Frodo sentía su paz penetrar en su corazón.
 
Los olores de hierbas y flores eran fuertes y dulces. Aquí y allá, entre las piedras, manaban fuentes pequeñas que murmuraban entre las raíces y llenaban el aire de un sonido suave y fresco. Las rocas estaban cubiertas de musgo, y los helechos que colgaban de las cornisas se balanceaban suavemente al viento de la tarde. Más lejos, los altos pinos mecían sus copas en una brisa casi imperceptible. El atardecer extendía una capa de dorado suave sobre el paisaje, y las sombras se alargaban, mientras la luz se desvanecía lentamente en tonos de púrpura y gris.
 

Si bien “Tristes Trópicos” no es una obra de ficción, el modo de narración que emplea Lévi-Strauss busca crear, igualmente, una sensación de inmersión total del lector en el paisaje. No se trata ya solo de observar aquello que rodea a la acción social, sino de experimentarlos absorbiendo una amplia gama de detalles.

Déjemonos arrastrar, ahora hacia una puesta de sol que, en la pluma de Lévi-Strauss se extiende a lo largo de seis páginas:

En una puesta de sol hay dos fases muy distintas. Primero el astro es arquitecto. Solo después, cuando sus rayos ya no llegan directos, se transforma en pintor. Desde que se oculta detrás del horizonte, la luz se debilita y hace aparecer planos cada vez más complejos. La plena luz es la enemiga de la perspectiva, pero entre el día y la noche cabe una arquitectura tan fantástica como efímera. Con la oscuridad todo se aplasta de nuevo, como un juguete japonés maravillosamente coloreado. 
 
Exactamente a las 17 y 45 se esbozó la primera fase. El sol estaba bajo, sin tocar aun el horizonte. Cuando salió por debajo del edificio nebuloso, pareció reventar como una yema de huevo y embadurnar de luz las formas donde aún se retardaba. Esta efusión de claridad dio rápidamente lugar a una retirada: los alrededores se volvieron opacos, y en ese vacío ahora distante -el límite superior del océano y el inferior de las nubes- se pudo veruna cordillera de vapores, antes deslumbrante e indiscernible, ahora aguda y oscura. Al mismo tiempo, de chata como era al principio, se iba tornando voluminosa. Esos pequeños objetos sólidos y negros se paseaban, migración ociosa a través de una ancha placa enrojeciente que, iniciando la fase de los colores, subía lentamente del horizonte al cielo.(p.80)
 

Leyendo a Lévi-Strauss (2012) no puedo más que recordar las eternas caminatas de Frodo y Sam. La Montaña del Destino estaba lejos de casa, sí, pero la minuciosidad con la que Tolkien describió cada cambio en el paisaje transportaba al lector a un rico viaje sensorial o lo instalaba en el tedio más absoluto. No en vano, las descripciones se extendían durante páginas sin que sucediera absolutamente nada en términos de acción.

Entremos, ahora, en la selva brasileña junto al antropólogo francés:

Cuando la vista se acostumbra a reconocer esos planos aproximados y la mente puede superar la primera impresión de aplastamiento, se descubre un sistema complicado. Se distinguen pisos superpuestos que a pesar de las rupturas de nivel y de los desórdenes intermitentes reproducen la misma construcción: primero, la coma de las plantas y de las hiberas que llegan a la altura del hombre; por encima, los troncos pálidos de los árboles y las lianas, que gozan brevemente de un espacio libre de toda vegetación; un poco más arriba, esos troncos desaparecen, ocultos por el follaje de los arbustros o la floración escarlata de los bananeros salvajes, las pacovas; los troncos resurgen por instante de esa espuma para perderse nuevamente entre la floración de las palmeras;vuelven a salir en un punto más elevado aun, donde se destacan las primeras ramas horizontales, desprovistas dehojas pero sobrecargadas de plantas epífitas -orquídeas y bromeliáceas- como el velamen de un navío; y casi fuera del alcance de la vista, ese universo se cierra en vastas cúpulas, ya verdes, ya sin hojas, pero entonces recubiertas por flores blancas, amarillas, anaranjadas, púrpura o malva; el espectador europeo se maravilla al reconocer allí la frescura de sus primaveras, pero en una escala tan desproporcionada que la majestuosa floración de los fuegos otoñales se impone a él como único término de comparación.(p.425)

Estas disgresiones narrativas tienen, al igual que en Tolkien, un tono meditativo. No solo se trata de una pausa, más o menos prolongada o exagerada de la acción, sino de una ocasión para reflejar y reflexionar acerca de la alteridad y la otredad que experimenta Lévi-Strauss en su convivencia diaria con distintos grupos indígenas a lo largo del Amazonas. A través de sus descripciones paisajísticas, Lévi-Straus no solo nos acompaña en nuestro propio descubrimiento del Nuevo Mundo, sino que nos incita a hacerlo a través de la fascinación, la alienación y la melancolía que él mismo experimentó en sus viajes.

Escribir etnografía hoy en día

De mis años universitarios siempre recuerdo con cariño aquel día en el que un profesor me acusó de ser un “esnob intelectual”. En sus clases insistía, una y otra vez, en que teníamos que emplear un lenguaje llano, simple hasta la saciedad. Demostrar que uno sabía (o creía hacerlo) era un error de escritura tan flagrante como el uso de juegos de palabras, circunloquios o, de forma general, cualquier intento de lirismo o recurso a figuras retóricas. La escritura etnográfica, insistía este profesor, tenía que ser sencilla hasta decir basta, aunque ni él mismo predicase con el ejemplo.

Esta concepción de la escritura etnográfica tiene, a continuación, su refrendo en las publicaciones científicas. La lectura de cualquier revista académica ofrece como resultado el mismo poso de sencillez y simplicidad en unos textos que, una persona ajena a la antropología, podría incluso caracterizar como indistinguibles entre sí en términos de voz y/o de estilo. Los autores, aunque siempre presentes debido al trabajo de campo, la reflexividad y la producción intersubjetiva de conocimiento, son (auto)invisibilizados a partir de un ejercicio de escritura prosaica, lejana de la poética y vacía en la expresión.

Sin embargo, no siempre los antropólogos estuvimos encadenados de forma tan férrea a un modelo de escritura. Tal vez fuera resultado de quienes escribieron liberados de la tiranía de un circuito laboral dominado por el sistema de publicaciones académicas. Tal vez fuera una de tantas batallas al interno de una disciplina científica que no ha hecho más que reconstituirse a cada paso. Tal vez eran, sencillamente, otros tiempos.

¿Podría haber escrito Margaret Mead
Sexo y temperamento en las sociedades primitivas (1973) sin describir el lago en el que habitaban los tchambali? Probablemente; y, sin ninguna duda, su análisis de la organización social, el parentesco y el género no habría diferido en absoluto. Sin embargo, ¿quien no querría cerrar los ojos y trasladarse a Nueva Guinea al leer pasajes como el siguiente?

El agua del lago esta tan teñida por los oscuros musgos que parece negra en su superficie, y cuando no sopla el viento esta impresión se acentuá hasta confundirse con una capa de esmalte negro. Sobre esta superficie lisa, se extienden las hojas de miles de nenúfares rosas y blancos, y unos pequeños lirios de agua azul oscuro, y de madrugada, se asientan entre las flores el blanco pandión y la garza real de color azulado, completando los efectos decorativos, que parecen demasiado perfectos para ser completamente reales. Cuando el viento sopla y riza la superficie, dándole un tono azulado, las hojas de nenúfar que reposan tan inertes formando una espesa capa sobre la superficie esmaltada, también se agitan, y levantándose un poco por encima de sus tallos, dejan de tener un verde monótono para adquirir tonalidades rosas y verde plateado, y una delicada delgadez. Las pequeñas colinas encrespadas que bordean el lago, retienen a las nubes sobre sus crestas dándole una apariencia nevada y acentuando su elevación sobre el pantanoso terreno. (p.265-266).
 
Sin embargo, ejercicios de narrativos como el de Margaret Mead no son comunes en la literatura académica actual. Podría afirmarse que la escritura etnográfica puede ser aburrida y, de hecho, muchas veces lo es. Ya en 1986 Mary Louise Pratt se refería a los antropólogos como personas interesantes que hacen cosas interesantes, pero que, sin embargo, escriben textos y libros sencillamente aburridos (en Clifford y Marcus, 1991). En este sentido, siempre según Pratt, podría defenderse que la narrativa no tiene porqué estar divorciada de la ciencia ya que “la narrativa personal, abierta y llena de anécdotas -continua Pratt- no «mata la ciencia» sino que es «asesinada por la ciencia» (p.67). El uso de descripciones vívidas y de recursos estilísticos quizás puedan hacer que la escritura etnográfica sea más accesible y memorable sin sacrificar por ello su rigor científico. 
 
No es mi intención ahora revolver entre las virtudes y los defectos del llamado “giro textual” en la antropología (véase Clifford y Marcus (eds), 1986 y Geertz y Clifford (eds), 1991), pero sí reflexionar sobre un mayor equilibrio entre nuestros compromisos empíricos y la creatividad literaria sin olvidar, tampoco, las dificultades que un exceso de lirismo podría provocar. Como he intentado señalar, el puente entre Tolkien y Lévi-Strauss simboliza un espacio donde la imaginación y la observación rigurosa pueden coexistir. Tanto en la Tierra Media como en el Amazonas las descripciones van más allá de la creación de paisajes y permiten tanto la reflexión como la comprensión de las interacciones sociales -reales o inventadas- a partir dela inmersión del lector en un cúmulo de imágenes sensoriales. Reimaginar, de nuevo la escritura etnográfica podría conducirnos más allá de la mera comunicación científica y, quien sabe, lograr cautivar e inspirar en cada relato de la infinidad de mundos posibles que estudia la antropología.

Bibliografía

Clifford, James; y Marcus, George
1991 Retóricas de la antropología. Júcar universidad
Geertz, Clifford; Clifford, James (eds)
2008 El surgimiento de la antropología posmoderna. Edición a cargo de Carlos Reynos
Lèvi-Strauss, Claude
2012, Tristes Trópicos. Austral
Margaret Mead
1982, 
Sexo y temperamento. Paidós Básica
Pratt, Mary Louise
1991 “Trabajo de campo en lugares comunes” en James Clifford y George Marcus 
Retóricas de la antropología. Júcar Universidad. pp. 61-90
Tolkien, J.R.R
2022 (1954) El señor de los Anillos. El Minotauro

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