RESUMEN
El presente artículo es una reflexión sobre la utilización de los conceptos identidad y alteridad como categorías de análisis: sus matices, las connotaciones de su uso y su instrumentalización desde la política. Se abordan algunas cuestiones teórico-prácticas que impregnan estas nociones epistemológicas que los científicos sociales utilizamos para tratar de comprender y describir la vida social, y cuyo uso no está exento de consecuencias que trascienden los usos inocuos de las palabras.
Palabras clave: identidad, alteridad, política, proceso, límites.
¿Qué es la identidad? Podemos comenzar definiendo este concepto como una construcción cultural de carácter sociocognitivo que nos permite producir representaciones sobre nosotros mismos y sobre los otros, o en otros términos, a través de la identidad, definimos, etiquetamos, clasificamos y ordenamos el mundo circundante y las personas que lo integran, incluyéndonos a nosotros mismos. Esta breve descripción introductoria resulta tan problemática para quienes tratamos de analizar la realidad social desde diferentes epistemologías como el propio concepto –identidad- en sí mismo.
Los debates en torno al uso de la noción identidad, o su opuesto, alteridad, son un clásico en la disciplina antropológica. En el año 2001, Brubaker y Cooper, argumentaban los costes intelectuales y políticos que han devenido de la utilización de este concepto, dada la ambigüedad y las connotaciones reificadoras que comporta (Brubaker y Cooper, 2001).
Si bien la identidad es utilizada para fijar imágenes de nosotros y de los otros, este ejercicio constituye en sí mismo un oxímoron, puesto que estas imágenes o características no son estáticas, no pueden ser fijadas, ya que las creamos o resultan de procesos de creación continuos e inacabados.
Por lo tanto, asumiendo que las identidades son fluidas y dinámicas, al contenerlas en una descripción unívoca lo que hacemos es esencializar las múltiples significaciones que dotan de sentido la experiencia humana. Si dichas experiencias y prácticas pueden definir a la persona, esta definición ha de ser forzosamente coyuntural al instante concreto de referencia, por lo tanto carece de utilidad como categoría analítica en nuestros intentos para comprender y describir la vida social.
Retomemos la descripción inicial de la identidad como una construcción cultural. Si la identidad se crea y se recrea continuamente entre los miembros de una colectividad, las identidades de unos y de otros se constituyen mutuamente en un ejercicio relacional, recíproco y negociado. Del mismo modo, la alteridad, que sería el opuesto conceptual de la identidad, es una construcción que, en este caso, nos remite a la diferencia, a lo que no identificamos como propio, y que igualmente germina en la interacción. Como la identidad, es un concepto que reifica a las personas y sus experiencias y prácticas, puesto que las características que nos envuelven como individuos son resultado de procesos en continua expansión y movimiento.
Ángel Díaz de Rada (2020) nos invita a reflexionar sobre las consecuencias del uso del concepto identidad en cuanto a la comprensión de los procesos socioculturales. En línea con las tesis de Broobaker y Cooper (2001), Díaz de Rada, argumenta que estos conceptos (identidad o alteridad, por ejemplo), designan circunstancias muy concretas en las prácticas humanas que además generan importantes consecuencias institucionales, pero son las prácticas las que conducen a esas circunstancias y a esas consecuencias institucionales, y no supuestos atributos inmutables y permanentes inherentes a una persona o grupo social (Díaz de Rada, 2020). Continúa Díaz de Rada (2020) proponiendo en término “identificación/es” como sustitutivo de “identidad/es”, aduciendo que al igual que los términos patrimonialización (en lugar de patrimonio), subjetivación (en lugar de sujeto), naturalización (en lugar de naturaleza) o producción de cultura (en lugar de cultura), designan gradientes, procesos inacabados en formación, y por lo tanto, encajan mejor para describir la vida social. Una vida social en permanente proceso de creación y recreación, móvil, inestable, cambiante, en curso.
Los conceptos o categorías analíticas que utilizamos para la reflexión no deberían encerrarnos en cárceles conceptuales, puesto que nos alejan de la pretensión de aumentar el conocimiento y la comprensión humana sobre el mundo social. Para evitar estos escollos, desde la antropología tratamos de ampliar el campo de visión traduciendo estos términos, que llevan a una comprensión de los fenómenos según la cual estos ya están configurados y fijados, a otros que nos remitan a procesos inacabados e inacabables (Díaz de Rada, 2020).
Hacíamos referencia unas líneas más arriba, a los usos institucionales que devienen de la utilización de los conceptos identidad/alteridad. Ambas categorías permiten o invitan a fijar los límites en la red de relaciones que se establecen entre nosotros y los otros, por lo tanto podemos afirmar que una y otra remiten a cuestiones políticas.
Hanna Arendt (1997), sostiene que la política es la herramienta que hemos ideado para convivir con los otros diversos, por lo tanto, en la identidad como cuestión política se inserta el reconocimiento de la diferencia o la alteridad. Un reconocimiento mayor o menor de la pluralidad existente en una sociedad lleva aparejado diferentes niveles de tolerancia con implicaciones para la vida cotidiana de gran calado (cit. Angulo Soto, 2007). Sin embargo, las fronteras políticas que genera la identidad no dejan de ser artificios que nos alejan de la idea primaria según la cual defendíamos que las identidades y las alteridades se constituyen mutuamente, por lo que sin la existencia del otro diferenciado, nosotros dejamos de existir en relación a él.
En este sentido, las referencias a la identidad pueden ser y son utilizadas en las interacciones cotidianas como herramientas que dotan de sentido las prácticas y a los actores mismos que las ejecutan, bien por un proceso de identificación con los clasificados como “iguales”, bien por el proceso de desidentificación con los etiquetados como “otros diferentes”.
Como instrumento político, la identidad, es un concepto poderoso, potencialmente capaz de reunir bajo los mismos intereses a una colectividad de personas a las que se ha persuadido de sus rasgos comunes. De esta forma, puede ser utilizado como estandarte para llevar a cabo acciones fundamentadas en estereotipos o prejuicios respecto a los otros catalogados como diferentes.
Lo cierto es que las condiciones sobre las que establecemos los márgenes entre la igualdad y la otredad son arbitrarios, podríamos elegir otras y crearíamos conjuntos de personas diferentes solo por el hecho de haber establecido criterios alternativos.
BIBLIOGRAFÍA
Angulo Soto, M.P. (2007). Identidad y alteridad ante el fenómeno migratorio. Un análisis del discurso de directores de escuela sobre la inmigración peruana en Santiago de Chile. [Tesis doctoral, Universidad de Valencia]
https://roderic.uv.es/bitstream/handle/10550/42600/Tesis%20Doctoral_Patricia%20Angulo.p df?sequence=1
Brubaker, R. y Cooper, F. (2001). Más allá de la identidad. Apuntes de investigación CECyP, nº7. https://www.comisionporlamemoria.org/archivos/jovenesymemoria/bibliografia_web/ejes/Br ubaker-Cooper%5Bdefinitivo%5D.pdf
Díaz de Rada, Á. (10/12/2020). Píldoras Antropológicas. Canal UNED
Muy buen artículo, Rakel. En línea con tu pensamiento me gustaría añadir las consideraciones de Avtar Brah (2018):
“La manera en cómo nos ven los demás tiene un gran efecto en cómo nos vemos a nosotros mismos. Por una parte, existe la dimensión psíquica de la identidad, que es básicamente subjetiva e inconsciente: las relaciones sociales, nuestras emociones, la manera cómo nos comportamos etc. La identidad psíquica siempre es un proceso, no un producto final. No es algo voluntario, no se decide ser de una manera u otra. Tú puedes decir: yo soy así o así, pero eso no deja de ser una proclama de una autopercepción, es la identidad política que tú adoptas ante los demás. Todo eso es subjetivo.
Por otra parte, existe la dimensión física de la identidad, que es objetiva. Los cuerpos acarrean consigo una serie de fronteras, dependiendo de la raza, la etnia, la clase social, el género, etcétera. Uniendo estas dos dimensiones del concepto identidad, se puede decir que la identidad es siempre una construcción política.”
Este un texto sacado de una entrevista para Queralt Castillo disponible en https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/entrevista-avtar-brah-identidad-siempre-proceso-no-un-producto-final
Muchas gracias Elba,
gracias por tu comentario y la entrevista que aportas que complementa a la perfección el artículo.
Saludos
“Se debería animar a todo ser humano a que asumiera su propia diversidad, a que entendiera su identidad como la suma de sus diversas pertenencias en vez de confundirla con una sola, erigida en pertenencia suprema y en instrumento de guerra. Especialmente en el caso de todas las personas cuya cultura de origen no coincide con la cultura de la sociedad, y habría que hacer lo posible para que nadie se sintiera excluido de la civilización común que esta naciendo , para que todos pudieran hallar en ella su identidad” Del libro Identidades Asesinas de Amin Maalouf
Muchas gracias por tu comentario Irina,
Me encanta Maalouf, se expresa deliciosamente bien. Y no puedo estar más de acuerdo con él y contigo que has traído hasta aquí sus palabras.
Saludos