A diferencia de otras ciencias, la antropología se aleja en sus presupuestos epistemológicos de las pretensiones positivistas que advierten la existencia de un mundo de objetos dispuestos para nuestro conocimiento. La antropología, tomando como centro de acción las relaciones sociales, construye sus objetos de estudios a partir de la intersubjetividad, esto es, de las experiencias y significados compartidos por un conjunto variado de agentes sociales. La intersubjetividad como característica epistemológica aporta, a su vez, importantes modificaciones a la antropología como ciencia en cuestiones metodológicas y éticas.
Para los habitantes de Antrópolis resulta un lugar común el hecho de tener que explicar con asiduidad qué es la antropología. Como antropológxs compartimos la percepción de que nuestra disciplina o bien no es tan conocida cómo nos gustaría o bien todavía se sustenta sobre falsos mitos o supuestos que pueden inducir a errores y malentendidos. Si por una parte hay quien intuye que nos ocupamos del estudio de la cultura y de la diversidad cultural y que empleamos el método etnográfico en nuestras investigaciones, no es menos cierto, también, que otras personas asocian nuestra profesión al estudio de los “pueblos primitivos” y sus rituales como vestigios del pasado o nos sitúan en una extraña -y temible- encrucijada en la que llegan a converger no solo casi todas las ciencias sociales, sino, incluso, alguna que otra pseudociencia.
Este texto se aleja, momentáneamente, de la presentación de algunos conceptos clásicos y centrales para el ejercicio de la antropología como han sido “cultura”, “raza”, “etnia” o “identidad”. En su lugar, he optado por presentar una de las particularidades del modo de producción de conocimiento antropológico, la intersubjetividad. Esta epistemología relacional y dialógica no solo establecerá distinciones y diferencias entre nuestros sujetos/objetos de estudios respecto a los modos de acción de otras ciencias, sino que abrirá la puerta a nuevas consideraciones metodológicas y éticas.
Del sujeto al objeto y vuelta a empezar
El mundo que habitamos está lleno de fenómenos de muy distinta naturaleza. Nuestros sentidos perciben un buen número de ellos y cuando se presenta alguna limitación a nuestra experiencia sensorial podemos recurrir a una variedad de artefactos y utensilios tecnológicos que amplían nuestro rango de percepción. Podemos ver, por ejemplo, un río, pero no podemos ver sin la ayuda de un microscopio las moléculas de agua -¡ni mucho menos los átomos de hidrógeno y oxígeno!- que conforman su caudal. Sin embargo, en ambos casos se ha producido un proceso idéntico de objetualización al convertir un fenómeno presente en nuestra realidad en objeto de nuestros sentidos.
El proceso de objetualización se encuentra en la base de buena parte de la historia de la ciencia, al menos aquella de raíz empírica y racionalista. Todo nuestro mundo es perceptible por nuestros sentidos y, por lo tanto, cualquier fenómeno, circunstancia o hecho puede ser convertido en objeto de nuestro conocimiento. El modelo científico dominante, el positivismo, no solo presupone que todo en nuestra existencia es cognoscible, que todo puede llegar a ser un objeto de estudio, sino que su explicación reside en la formulación de leyes universales a partir de una observación neutral de los hechos. El conocimiento, afirman los positivistas, solo es posible “mediante un ejercicio de control físico y estadístico de variables y gracias a un riguroso sistema de medición” (Hammersley y Atkinson, 2009:18-19).
La antropología, como disciplina científica, ocupa un lugar un tanto incómodo en este modo de positivista de producción de conocimiento. Como señala Eric Wolf “la antropología es la más humanista de las ciencias, y la más científica de las humanidades” (en Ferrandiz, 2020:14). Este carácter liminal o fronterizo supone que la antropología, en cuanto investigación cualitativa no positivista, se convierta en objeto de crítica al carecer de rigor científico. Estas críticas, apuntan Hammersley y Atkinson (2009), inciden en el carácter “subjetivo” del conocimiento producido, reduciendo nuestra práctica a poco menos que impresiones idiosincrásicas de uno o dos casos que no proporcionan fundamentos sólidos para el análisis científico riguroso” (p.19).
Estas críticas apuntan a algunas estrategias metodológicas empleadas por lxs antropólogos -como el método etnográfico – que, al contrario que el dogma positivista, se decantan por la imposibilidad de entender el mundo social en términos de relaciones causales o mediante leyes universales. En su lugar, el naturalismo asumido por algunxs antropólogxs propone el estudio de los hechos sociales a partir de la descripción por parte de los agente sociales de sus propias acciones y la de los otros así como del entramado de relaciones en las que dichas acciones se insertan (p.20). Un acercamiento semejante a la acción social supone que ésta no se ya encuentra definida por un conjunto de leyes universales e inamovibles, sino que, más bien, responde a un conjunto de significados sociales desglosables en intenciones, motivos, actitudes y creencias.
Si bien pudiera parecer que el naturalismo alimenta las críticas positivistas en cuanto que centra su atención en la experiencia subjetiva de los agentes, Roberto Malighetti y Angela Molinari (2016) apuntan a la preeminencia de la intersubjetividad como elemento vertebrador de la subjetividad. La experiencia de los sujetos individuales, la producción de la subjetividad, se radica en el lenguaje y en las prácticas sociales comunicativas. El carácter subjetivo de la vida, afirman Malighetti y Molinari, se produce así a partir del uso del lenguaje, de sus conexiones simbólicas y de los esquemas sociales; dependerá, entonces, de una suerte de sintaxis pública incorporada a la acción que solo es descifrable a partir de las propias acciones de los agentes sociales (p.161).
De esta forma, cuando desde una posición naturalista se pretende producir un acercamiento a las intenciones, motivos o actitudes que subyacen a cualquier tipo de acción social, aquello que se busca es un análisis de los significados compartidos que dan forma y contenido a dicha acción por parte de los propios agentes. La antropología no puede ser una ciencia objetiva en cuanto que sus “objetos” en realidad son sujetos, pero este hecho no habría de restarle validez como ciencia porque lejos de producir conocimiento desde una posición subjetiva, personal y sesgada, lo hace desde un cruce de intersubjetividades que forman y conforman el contenido de nuestras observaciones empíricas. En palabras de Ángel Díaz de Rada (2011), “los etnógrafos solo accedemos a la denominada “objetividad” a través de la práctica de una investigación intersubjetiva” (p.19)
La etnografía presupone una intención dialógica, un tipo de relación e interacción personal que posibilite el análisis de los discursos y las acciones sociales. Los distintos métodos de investigación empleados por lxs etnógrafxs, explicitan Honorio Velasco y Ángel Díaz de Rada (1997), tienen como objetivo “extraer una idea de la diversidad de puntos de vista y de prácticas que inciden en la construcción de una vida en común” (p.218). La investigación etnográfica no habría de consistir únicamente en la conversión de un fenómeno o hecho social en un objeto de nuestros sentidos, sino en un proceso dialógico marcado por la observación y la interacción que tiene por objetivo “la comprensión de los discursos, las reglas o los valores, que confieren significado a tales conductas” (Ídem).
Al observar una acción social, explica Díaz de Rada (2011), convertimos una práctica social, un fenómeno del mundo propio de otras personas, en un objeto de nuestro análisis. La diferencia radical frente a la objetualización positivista reside en que no se trata ya de un “fenómeno del mundo”, sino, más bien, de un “objeto producido desde una intención teórica del etnográfo” (p.19). Un objeto que, a su vez, es producto de la acción de “alguien que sigue o construye reglas culturales” De este modo, para cualquier fenómeno del mundo no solo existiría una multiplicidad de objetualizaciones posibles, esto es, de construcciones teóricas, sino que en todos los casos debemos atender al entramado de relaciones sociales que permiten y en el que se producen tanto la acción social como su significación. El objeto etnográfico ha de ser, por tanto, un objeto intersubjetivo.
Para nosotrxs, antropólogxs, no es posible desarrollar nuestra labor investigadora sin interactuar con otros actores sociales en una relación cognitiva que implica proximidad e implicación personal. Nuestro acto de conocer no es un simple relato de cuanto hemos observado como si fuera, en palabras de Malighetti y Molinari (2016), “una transición linear y pacífica del orden de lo visible al orden de la representación mental e ideal, del observar al decir” (p.2, traducción propia). Al contrario, continúan estos autores, lo observado no es un espectáculo, un mero objeto, sino una experiencia vivida, “algo que emerge en un contexto pragmático y viviente, donde se encuentran fenómenos intensivos, cualitativos y temporales” (Ídem).
Más allá de la intersubjetividad
La etnografía, entendida como la observación guiada por una mirada teórica al servicio de la interpretación de un hecho social producto de una diversidad de agentes sociales, no solo plantea dificultades y modificaciones epistemológicas. El carácter dialógico y relacional de la antropología abre una amplia gama de nuevas posibilidades metodológicas a partir de la creación y el sustento de nuevas formas relacionales entre los sujetos que habitan y transitan nuestros campos de estudios, entre sujetos-investigados y sujetos-investigadores. Romper la distancia social propia del positivismo que convertía a los sujetos-investigados en “objetos” supone una modificación de carácter ontológica que posibilita el acceso y la creación de nuevas formas de investigar y de producir conocimientos entre pares, entre iguales. Para Francisco Ferrandiz (2020) las antropologías colaborativas, de orientación pública, la antropología comprometida o la antropología activista implican
“la puesta en marcha de proyectos que reconocen formas de reciprocidad, enfatizan la colaboración de entre el investigador y otros agentes sociales de una manera integral, deliberada y explícita, toman en serio las aportaciones de los participantes a lo largo de todo el proceso de investigación y asumen que las negociaciones establecidas durante la cooperación tienen que retroalimentar el proceso etnográfico”. (p.27)
Una última consideración en torno al carácter intersubjetivo de la antropología como ciencia ha de conducir nuestros pasos hacia el territorio de la ética y el modo en el que desarrollamos nuestras relaciones sociales en el campo. No se trata, como sugiere Carolyn Fluehr-Lobban (en Sánchez Molina, 2009:383), de establecer una discusión acerca de la ética porque nos encontremos ahora mismo en una fase o época de crisis, sino, más bien, de tener claras nuestras responsabilidades con los otros sujetos existentes en el campo, sean estos investigados o no. El tomar como núcleo de nuestras observaciones las interacciones sociales habría de obligarnos a establecer una serie de relaciones adecuadas y recíprocas entre todas las personas implicadas, evitando así cualquier tipo de acción o de relación que vulnere los derechos de las personas y que haga que la sombra de la sospecha merodee nuevamente por la ciencia antropológica.
Bibliografía
Díaz de Rada, Ángel
2011 El taller del etnógrafo. Materiales y herramientas de investigación en etnografía. Editorial UNED, Madrid
Ferrándiz Francisco
2020 Etnografías contemporáneas. Anclajes, métodos y claves para el futuro. Segunda edición revisada y aumentada. Anthropos Editorial, Barcelona
Fluehr-Lobban, Carolyn
2009 “Ética y Antropología 1890-2000. Una revisión de problemas y principios” en Raúl Sánchez Molina (de) La etnograf ía y sus aplicaciones. Lecturas desde la Antropología social y cultural. Editorial universitaria Ramón Areces, Madrid
Hammersley, Martyn; y Atkinson, Paul
2009 Etnografía. Métodos de investigación. 2ª edición revisada y ampliada. Paidós, Madrid
Malighetti, Roberto; y Molinaria, Angela
2016 Il metodo e l’antropologia. Il contributo di una scienza inquieta. Raffaelo Cortina Editore, Milano
Velasco, Honorio; y Díaz de Rada, Ángel
1997 La lógica de la investigación etnográfica. Un Modelo de trabajo para etnógrafos de escuela Trotta, Madrid