La construcción social de la raza

La construcción social de la raza
Nordisk familjebok (1904), vol.2, Asiatiska folk. G. Mützel, Public domain, via Wikimedia Commons

Resumen

La inexistencia de las “razas humanas”no es un dogma ni un compromiso ético de la disciplina antropológica, sino el resultado del trabajo empírico propio y ajeno. En aquello que nos atañe, rara es la antropóloga que, hoy día, afirma que las diferencias humanas no son fruto de la diversidad cultural, sino de la distinta naturaleza de las personas. Por otra parte, tanto la biología como la genética han desechado la existencia empírica de “razas” en la especie humana. La diferencia entre “raza biológica” y “raza social” nos permitirá indicar porqué no podemos vivir y actuar en nuestra vida cotidiana como si las “razas” realmente no existieran porque, aunque empíricamente carecen de fundamento alguno, sí dan pie a discursos y representaciones en los que se ancla el racismo y la xenofobia.

Palabras clave: raza, racismo, genética

La clasificación racial humana no tienen ningún valor social y
tiene un claro efecto destructivo en las relaciones sociales y
humanas. Dado que ahora está demostrado que esta
clasificación no tiene ningún significado genético o
taxonómico, no hay ninguna justificación
para mantenerla”

Richard Lewontin (The Apportionment of Human Diversity , 1972)

La caracterización de la Otredad ha consistido en muchas ocasiones en trazar una frontera entre un grupo definido como “nosotros” y otro grupo definido como ajeno o diferente. A juicio del genetista Adam Rutherford (2020) los seres humanos somos una especie muy visual de modo que el establecimiento de fronteras y separaciones entre distintos grupos se produce habitualmente mediante la selección de la pigmentación de la piel como un marcador diacrítico (p.30). El color sería así, en discursos populares y no solo, el elemento identificativo de una “raza” concreta caracterizada por una serie de rasgos físicos y psicológicos que estarían en la base de las diferenciaciones sociales. Sin embargo, tanto la genética como la antropología, como disciplinas científicas, rechazan las clasificaciones raciales.

Raza biológica

Las taxonomías biológicas definen las razas como una subdivisión de una especie geográficamente aislada que dificulta o reduce el flujo de genes con otras poblaciones de la misma especie. En principio, las subespecies pueden reproducirse entre sí con otras subespecies, pero dado su aislamiento geográfico lo más común es la producción de nuevos procesos de especiación (Barbujani, 2019; Conrad P. Kottak, 2006:81; Harris, 2007:121-122). En el caso del ser humano no existe ninguna evidencia que apunte hacia la formación de dichas subdivisiones ni de problemas reproductivos entre grupos diferentes.

Para el genetista Guido Barbujani (2019) el estado actual de la biodiversidad humana es el resultado de fuertes y continuos procesos de movilidad, fertilidad e hibridación intergrupal (p.23). Nuestra hetorogeneidad, expresa Barbujani, no sería solo fruto de la diversidad genética ni tampoco únicamente de factores ambientales o culturales, sino de la expresión epigénetica de determinados genes y su transmisión al interno de aquellos ambientes mediados socio-culturalmente en los que habitamos (p.61-63).

La genética, por sí sola, está bien lejos de poder atestiguar nuestra diversidad. Recogiendo datos de distintos estudios genéticos, Barbujani (2019) señala la escasa importancia del número total de genes analizados en cada caso ya que “al final resulta que cada población contiene el 85% de la diversidad total” (p.109, traducción propia). El restante 15% de variabilidad genética supone una fracción demasiado pequeña como para determinar la existencia de razas humanas. Al contrario, constituye un indicador de cómo la variabilidad genética se reparte tanto al interno de la especie como a lo largo del planeta. Los humanos somos diversos genéticamente, pero dicha variabilidad no está distribuida entre los grupos de forma discontinua, no da lugar a fronteras ni a separaciones netas entre poblaciones.

Sin embargo, aunque la genética haya desmontado paulatinamente la noción de “raza” en el pasado su utilización fue habitual. Antes de conocer con mayor precisión el genoma humano era corriente la clasificación fenotípica, esto es, a partir de la diversidad fisiológica y anatómica de los distintos grupos humanos. El enfoque fenotípico presenta a juicio de Kottak (2007:81-82) varios problemas. En primer lugar, la selección de uno o más rasgos fenotípicos para la diferenciación racial aparece como una cuestión meramente arbitraria. Así, por ejemplo, la elección de la pigmentación de la piel, un rasgo aparente y definitorio, propició la aparición de clasificaciones raciales tripartitas que dividían a la humanidad en blancos, negros y amarillos.

Estas clasificaciones no tuvieron en cuenta posibles gradaciones y variaciones de un mismo color. Tal circunstancia dificultaba tanto la inclusión de personas concretas como de poblaciones enteras en alguno de los tres grupos originales. La solución no fue sino aumentar el número de grupos raciales convirtiendo así la clasificación racial en una huida hacia adelante en la que poder incluir a todos los grupos humanos existentes. Un caso extremo, mostrado por Barbujani (2020), sería Egon Von Eickstedt quien no solo estableció divisiones raciales, sino que introdujo una división jerárquica entre razas principales, secundarias, particulares y formas intermedias hasta alcanzar un total de 38 subespecies humanas diferentes (p.88).

La clasificación fenotípica presenta un último problema: la expresión de dichos rasgos no tienen necesariamente una base genética ni se mantienen estables a lo largo del tiempo (Kottak, 2007; Harris, 2006). Como señala Barbujani (2019), la genética interactúa de forma recíproca con el ambiente socio-cultural a la hora de abordar la posible expresión epigenética o no de determinados genes como aquellos que determinan los rasgos fenotípicos de las personas. Además, como especifica Harris (2006), “cada rasgo puede ser clasificado independientemente y separado genéticamente estando sometido a las fuerzas evolutivas de la mutación, deriva, flujo genético y selección” (p.122). De este modo, los rasgos fenotípicos utilizados para definir a las “razas” pueden no haber existido en épocas remotas y, con toda probabilidad, tampoco caracterizarán a los grupos humanos en el futuro.

A estas críticas habría que añadir un intento constante, desde el principio de la clasificación racial, de hacer pasar por científicas cuestiones que no son más que juicios morales. Barbujani (2019) recuerda cómo Linneo en su Systema naturae propone una clasificación de la humanidad en seis razas o “variedades”: americana, europea, asiática, africana, salvaje y monstruosa (p.84-85) . Más allá de las referencias fenotípicas, Linneo atribuye a cada raza una serie de características psicológicas que, concluye Barbujani, desbordan el campo de la biología para constituirse como jerarquías de valor en las cuales, casualmente, los europeos ocupan siempre un lugar prominente.

Raza social

A pesar de que la clasificación racial puede tener una base biológica, lo cierto es que hoy día tanto genetistas como antropólogxs apuestan por considerar la “raza” como una construcción social (Rutherford, 2020; Barbujani, 2019; Harris, 2006; Kottak; 2007). Las clasificaciones sociales de los distintos grupos humanos han sido una constante que, en ocasiones, tomaba como marcadores diacrítcos la lengua o la religión. La invención de la “raza”, apunta Rutherford (2020) coincide con la expansión colonial europea, el inicio de la era imperial y el nacimiento y desarrollo de las revoluciones científicas (p.36-41).

Ya durante la Ilustración, y con el pensamiento bíblico como telón de fondo, verán la luz dos teorías sobre el origen de la humanidad y de las “razas”: el monogenismo y el poligenismo (Rutherford, 2020: 47-ss). El primer modelo defiende un origen único de los seres humanos, muchas veces divino, que habría degenerado en distintas razas por motivos tan poco científicos como las diferencias morales y/o culturales. El poligenismo, por su parte, presupone la existencia de todas las diferentes razas desde el principio de la humanidad, de modo que las diferencias raciales observadas serían así naturales, históricas, estáticas en el tiempo.

Ambos modelos se basaban en la existencia de individuos “pura sangre” de cada una de las razas. Sin embargo, en el género humano no existe tal, sino únicamente mestizos enriquecidos por la genética de multitud de antepasados a lo largo y ancho del planeta (Rutherford, 2020; Harris, 2006:125). La imagen del “pura sangre”, la construcción social de los mitos y estereotipos raciales, responde más a un interés en el racismo que en la propia ciencia. La creación de imágenes y discursos racistas recaen en alguna versión de esencialismo, en la idea de que un particular signo distintivo sea suficiente para crear una diferencia social. Desde las ciencias sociales se apunta cómo este tipo de discurso se encuentra ligado con la creación y mantenimiento de prejuicios respecto a la Otredad.

Las teorías raciales encontraron como compañeros de viaje a las ideas de “evolución” y “progreso”. A partir de la ilustración, recuerda Eugenia Ramírez (2013), prevalece la creencia de que nuestra existencia responde a un movimiento direccional que va desde lo simple y tosco (el Estado de Naturaleza) a lo refinado y complejo (p.53). A finales del siglo XIX los primeros antropólogos – como Edward Tylor y Lewis Morgan- defendían la existencia de una línea evolutiva y progresiva que habrían conducido a la humanidad desde los estadios inferiores –salvajismo y barbarie– hacia el culmen de la existencia: la civilización occidental europea blanca.

La importancia dada a la pigmentación blanca reside, según Rutherford (2020), en una peculiar concepción de la historia (p.85). La posición de dominio ejercida por los europeos a raíz de los procesos de colonización y conquista del resto del planeta se convertía, automáticamente, en prueba fehaciente de su superioridad. Su capacidad de innovación y de creación de riqueza junto a la posibilidad de formar estados e imperios -todo ello factores socio-culturales- fueron atribuidos a la propia naturaleza de los hombres -y no de las mujeres- blancos europeos (ver también Harris, 2006:488). La evolución cultural en el siglo XIX, concluye Ramírez (2013), sufriría un proceso de naturalización al depender de la evolución biológica (p.59). La vasta heterogeneidad de las prácticas y discursos socio-culturales serían explicables a partir de la naturaleza distinta de cada grupo humano. La perfectibilidad y la perfección así como la supuesta direccionalidad de la historia ejemplificada en las sociedades europeas y norteamericana se aliarían, entonces, con el etnocentrismo europeo “en la formalización y expansión de las teorías raciales y las prácticas racistas” durante el siglo XIX y buena parte del XX (p.60)

Pensando el presente

El concepto de “raza” se demuestra inútil si queremos comprender las bases biológicas de las diferencias humanas. La humanidad, sentencia Barbujani (2019), no está constituida por grupos biológicos distintos que en otras especies definimos como “razas” (p.12). Todo discurso racista prescinde de la evidencia científica o se encuentra en abierta contradicción con ella y se convierte en una lente deformante, como aquella empleada por naturalistas y antropólogos en el pasado, a través de la que observar las diferencias humanas.

Detrás de la noción de “raza” y de las clasificaciones raciales se presenta, en todos los casos, la idea de que es posible clasificar, comparar y valorar determinados comportamientos o rasgos específicos de varios grupos humanos. Las actitudes y los discursos racistas se sustentan siempre en una base etnocéntrica, en un pensamiento que sitúa las propias prácticas indiscutiblemente por encima de las prácticas ajenas. La insistencia en las “razas” no es más que el intento pseudocientífico de naturalizar un prejuicio social hacia determinados grupos humanos, una forma de vincular prácticas y conductas socio-culturales con elementos o aspectos biológicos innatos. La persistencia de estos prejuicios puede manifestarse a nivel personal, institucional o estructural dando lugar a prácticas racistas y xenófobas.

No deja de ser irónico que sea propia la genética, una ciencia “fundada por racistas en una época racista” (Rutherford, 2019:134), la que haya demostrado la falsedad científica del concepto de “raza”. Sin embargo, las “razas” siguen existiendo en tanto que actuamos y las percibimos como si existieran aunque no tengan ningún fundamento científico. Una de nuestras tareas como antropólogxs, apunta Harris (2007), es continuar aclarando la confusión existente entre “raza biológica” y “raza social”, esto es, negar empíricamente la existencia de diferencias biológicas entre los seres humanos y atribuir su creación a procesos socio-culturales concretos. Las clasificaciones y diferenciaciones sociales son, en cualquier caso, producto de los contextos de acción en los que se insertan nuestras prácticas, nuestros discursos y se entretejen nuestras relaciones sociales.

Bibliografía

Barbujani, Guido

2019 L’invenzione delle razze. Capire la biodiversità umana. Bompiani

Harris, Marvin

2007 Introduccióna la antropología general. 7ª edición

Kottak, Conrad Philip

2006 Antropología cultural. Mc-Graw-Hill

Ramírez Goicochea. Eugenia

2013 Antropología biosocial. Biología, cultural y sociedad. Editorial Universitaria Ramón Areces

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